Las sirvientas tejen su traje, elaboran su capa de color celeste como las esperanzas de las hadas y las parcas. Lo cuidan de los peligros, de la desgracia y el infortunio mundo de su corazón solitario. Su padre desea con premura que él asuma su condición de príncipe. Los amigos del reino, lo aconsejan y lo ayudan en los planes simples y cotidianos de la guerra, las invasiones a otros lagos y estanques. Él rechaza su condición, prefiere orientar su vida a salvar el mundo y no acortejar doncellas de otros reinos.

Dedica los días hacer acrobacias, jugar en los jardines, caminar descalzo por las piedras, le gusta el barro en sus manos y los colores de su juvenil rostro. Rehúsa a la idea de perfumar la impertinencia y dejar a un lado los cuentos de su nodriza. El cuerpo se trasforma, las palabras que pronuncia incitan a otras aventuras mas allá de las otorgadas por su reino. Sus ojos saltones y sus torpes movimientos en los sentimientos dejan al descubierto que es hora de indagar por el espíritu y comenzar la marcha. Ha cumplido los años justos para merecer la espada y el caballo, lo invitan a los juegos pueriles con las cortesanas, él se asusta, sólo observa, para luego en su descanso reír de las amenazas de los adultos.

Sin remedio le asignan sus labores, y en bolsitas de porvenir le guardan las cualidades de su personaje, le acomodan los huesos y le dan las simples pero necesarias lecciones para que pueda conquistar a su amada. Él asiste con sumo cuidado a la educación impecable y ortodoxa, no descuida detalle y presiente que su coraza de animal será destruida por el movimiento de una arcana figura. No tiene escapatoria, debe convertirse en un príncipe. Le motiva su aventura como un juego, ríe debajo de sus sórdidos pensamientos en lo que ellos: el padre, sirvientas y amigos le destinan.

En las fiestas de su reino lo presentan , pero él no se deja ver, no quiere que esas arrebatadas y alocadas jovencillas pongan sus deseos sobre su pecho. Prefiere abandonar el castillo y buscar en los parajes de otros reinos lo inesperado. Enfrenta los dragones de las codicias como si peleara con los instintos, con su propia naturaleza. Encuentra licor, bebe y desordena sus
sensaciones, adquiere en las medida de sus intuiciones relaciones con muchas damas. Se vuelve el amante de Reinas viudas y desesperadas mujeres que quieren gozar con él lo que con sus pobres esposos nunca podrían , las pasiones para los reyes son insistencias a una moral incomoda como los corsés y las posturas en la mesa. Él tan sólo disfruta de las pieles , de la desgracia de ellas, la historia resignada que les dieron. Sigue su marcha , sabe que las horas se van acabando como sus pocas monedas en el bolsillo. Intrigado por las realidades de otros , emprende la tarea de entender lo qué pasa en el universo, cómo se comportan las estrellas y la sangre de los cuerpos. Desea ser mas que príncipe, un bufón, un mago, el aventurero de sabidurías populares. Deja a un lado el color azul de la leyenda, pinta con vivos colores su capa y su espada plateada. Lucha con la tradición de su familia, con lo insoportable de lo predestinado, piensa en lo aburrido de besar a una mujer muerta, un cuerpo dormido en años. En las noches, esas que lo cubren como una manta, se pregunta en lo qué podría decir una doncella que nunca ha visto el cielo y las serpientes. Se enfrenta a la condena de toparse con triviales presencias, mujeres que nacen y mueren en la misma quietud, esperando la llegada de lo perfecto encarnado en un torpe hombre que se venera en una espada y la sangre que acumula en las ofensivas.

El joven príncipe no ha ganado batallas, ni enfrentado la maldad de una bruja enloquecida, él sólo contempla la sabia de los días profundos, inventado palabras y confrontando sus experiencias con las de nuevos amigos. El amor todavía no inunda su alma, sólo hay silencio en las pasiones. Inquieto por los sentimientos, reflexiona de los tiempos y la fragilidad que rendirá cuando se enfrente ante la fuerte y desgarradora presencia de esa mujer, sabe que en la fuerza de la conquista él no tendrá argumentos, ni actos, tan sólo sus brazos que abrirá como alas. Ya ha pasado los tiempos de las excusas y las bondades de la inmortalidad.

Entre los tumultos de gente, como ejércitos de hormigas, está ella, una esencia extraña , inquietante, de mirada oscura y enredada en las pestañas, con postura de animal salvaje, a la defensa de una agresión. Ella, ha dejado su hondo castillo como él, para aprender de las furias y noches, de otras fábulas. A la vez de la sorpresa, sin medir zapatos ni ideales, las sensaciones son humanas y dignas de las pasiones que se abren paso en medio de la representación y la desnudez de los cuerpos. Ella salta por placer y belleza, no por necesidad, él la besa por la forma viva de su naturaleza, cambiando su figura, dejando de ser un sapo, para ser la encantada y hechizante princesa que inundaría con su magia el campo abierto del amor mortal.

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